LOS AMORES DE SIMÓN BOLÍVAR
Simón Bolívar, El Libertador,
el genio de América, el creador de Repúblicas, a pesar de todas las
idealizaciones que de él se han hecho, ya que era un excelente estadista,
militar, jurista, gobernante, guerrero y muchas otras cosas que la gente
ignora, porque decirse bolivariano no es solo decirlo y ya, sino conocer la
vida magnífica de nuestro héroe, era como todos nosotros un ser humano, con sus
debilidades y pasiones; por eso, hablar de toda su magnificencia y no hablar de
sus pasiones desbordadas es un grave error que cometen muchos historiadores.
Yo, a través de este resumen quiero nombrar muchos de los amores de Bolívar,
tan desconocidos y poco nombrados. Cuando se habla del héroe solo se piensa en
Manuela Sáenz y a pesar de que esta gran mujer lo amo como ninguna, y de ella
hablaremos extendidamente en otro segmento, porque como mujer heroica merece
toda mi admiración, Bolívar amó a muchas mujeres o muchas pasaron por su vida,
unas con más fuerza que otras, pero en fin, se aprecia la pasión de Bolívar en
cuanto a las damas se refiere. Este resumen lo voy a hacer de un libro
magnifico que recomiendo leer y se llama “Los
AMORES de SIMÓN BOLÍVAR y sus
Hijos Secretos” del autor: RAMÓN
URDANETA, con una presentación muy especial de Ana Lucina Maldonado.
Estos son los amores conocidos de Simón Bolívar

MARÍA IGNACIA RODRÍGUEZ DE VELASCO Y OSORIO
Simón
Bolívar huérfano, llega a los 16 años arriba al puerto de Veracruz el 2 de
febrero de 1799. Es en esta ciudad donde a fuerza de protocolo, con rapidez,
por intermedio del soltero Oidor de la Real Audiencia , Don
Guillermo de Aguirre y Viana, pariente del obispo de Caracas, entra en relación
con doña María Ignacia Rodríguez de Velasco y Osorio, a quien llamaban “la
güera Rodríguez”, significando así el rubio color de la piel y el cabello de
esta bella mujer.
Muy joven la “güera”, resplandeciente, de un armonioso
cuerpo, de hoyuelos graciosos en las mejillas, cara un tanto redonda,
atractivos pechos y caminar que “alzaba incitaciones”; ojos azules como el
cielo, rasgados, cabellos largos y sedosos aunque algo rizados, boca pequeña,
nariz perfilada y el talle elegante, con facilidad gracia y popularidad se
movía a sus anchas en la sociedad mexicana de la época, por sus dotes
personales que llegaban a compensarle los “pecadillos reiterados, y además por
ser hija de Don Antonio Rodríguez de Velasco y Osorio y de Doña María Ignacia
Osorio y Bello, gente de valimiento en aquella corte asentada sobre las aguas
lustrales y el poder reprimido de Tenochtitlán.
La encontró Bolívar en la casa de su hermana María
Josefa, la Marquesa
de Uluapa, en cuya señorial y apropiada mansión del bosque de Chapultepec se
hospedara el joven caraqueño. Entonces el flirteo emocional a escondidas del
marido celoso y gruñón ya herido el corazón del otro, fue de tal importancia
como para constituir el primer amor efímero del Libertador –y cuidado si el
primer descalabro de la “güera”.
MARÍA TERESA DEL TORO Y ALAIZA
El salto grande y su mujer sin duda alguna ahora
se llamaría María Teresa del Toro y Alaiza, emparentada por sangres muy
cercanas a la burguesía provinciana criolla de Caracas y el centro del país, a
través del Marqués del Toro y los Rodríguez del Toro.
María Teresa, joven aunque dos años mayor que
Bolívar, ya que él tenía 17 años, y sin ser bella, la anhelada compañera del
futuro Libertador le ataría por su carácter y educación. Mujer frágil, tímida,
de ojos claros, profundos y tristes, pálida de tez, amable, inspiradora de
honda ternura, casta, tejedora de sueños, avasallante y femenina. La visita
luego Bolívar en el norteño puerto de Bilbao, tierra de ancestros, donde con su
familia reside temporalmente en el otoño de 1801.
Luego de obtener el permiso o dispensa real que
como militar le permita contraer nupcias, el miércoles 26 de mayo del año 1802,
sin más espera se cansan en la parroquia de San Sebastián.
Una vez realizado tan importante paso vital,
cumpliendo vínculos hereditarios de inmediato la pareja prepara viaje rumbo al
puerto americano de La Guaira ,
desembarcadero natural de Caracas.
Poco duró el idilio de los enamorados ya que la
joven María Teresa fue presa de la fiebre amarilla, y luego de muchas
dolencias, delirios y aferramientos, muere el sábado 22 de enero de 1803.
Tanto amó Simón Bolívar a esta mujer, que todavía
escribe 25 años después: “Quise mucho a mi mujer y su muerte me hizo jurar no
volver a casarme. He cumplido mi palabra”.
FANNY DERVIEUX DU VILLARD:
Simón bolívar regresó a España luego de la muerte
de su esposa y de ahí viajó a París en la primavera de 1804. Allí en el “Hotel
de los Extranjeros” permanecerá rodeado de amigos, derrochando infinitas
ilusiones y aprendiendo cada día más de la vida.
Al cabo de poco tiempo aparece ante él, ella, de
cuerpo entero, entre bautismos y enlaces connubiales llamada “Fanny” Louise
Denisse Dervieux du Villard, casada con el cincuentón coronel realista y conde
a la vez, Bartolomé Dervieux, mujer de mundo, hija del barón de Trobiand de
Kenreden, su pariente lejano por la sangre Aristiguieta.
Fanny, blanquísima mujer de cabellos tirando a
rubio oscuro, como lo señalan sus biógrafos, frívola por demás, coqueta, de
refinamiento y gracia elegante pese a ser un tanto gruesa, la boca fina, los
ojos azules aunque el color a veces era variable, sonrosada la piel, de senos
rellenos y brazos torneados, el andar lento y sinuoso, por otra parte hábil y
encantadora.
Para el momento del encuentro Fanny frisaba las 28
primaveras, y a pesar de los múltiples compromisos sociales empezó a intimar
con aquel solitario viudo de 20 años.
Maestra ideal, fue la mujer que verdaderamente lo
despertó en las lides ardientes del amor, en los largos seis meses que
acariciaron estos encuentros continuos, aunque por los viajes de conocimiento
que debía realizar el futuro Libertador, llegó finalmente el6+ de mayo de 1805,
día en que el caraqueño se despidió con ternura de la francesa, obsequiándole
en esa oportunidad una sortija, marcada en esta fecha con el grabado
imperecedero del recuerdo.
TERESA LESNAIS:
Antes de partir de aquel París sensual e
inmiscuido en los diversos escenarios de la sociedad sibarita. Bolívar habría
de acariciar otros sentimientos y de apurar el cáliz juvenil en otros corazones.
Así, preparado para una larga caminata europea de instrucción, que lo llevara
por el centro del viejo continente, acompañado esta vez del Robinson filósofo,
es decir, de su maestro Simón Rodríguez y del cuñado Fernando toro, mientras se
recibe el francmasón del culto escocés conoció de verás e intimó en esa Lutecia
eternal –c), dulce, bella, reservada y enigmática mujer, a quien llegó a amar
sin alardes hasta allá, por los días imborrables de 1806. (De esta relación
según este autor le nació una hija).
ANA LENOIT:
En su carrera hacia la gloria Bolívar sigue al Estado Soberano de Cartagena, y en conjunción como coronel efectivo de los ejércitos neogranadinos con doscientos hombres y la bandera cuadrilonga desde Barranca invade la cuenca caliente del bajo Magdalena para perseguir sin pausa a los soldados realistas. A finales de 1.812 y cargando con veintinueve años en los meandros y visiones de sus aguas revueltas, de frente al majestuoso rio, Cupido hace las suyas y así conoce a la francesa Anne Lenoit, entonces de diecisiete años bien formados, tímida, joven de pareceres y rubia bella de Paris, “la mayor atracción del pueblo”; establecida familiarmente en aquel lugar junto con su padre, un emigrado europeo que se desempeñaba como comerciante en la tórrida zona de Mompox.
Así que enhebrado en las horas del tiempo en aquella naturaleza salvaje se cultivo entonces un apasionado aunque corto romance de intimidad, debido lo ultimo a la vasta campaña militar que se iniciaba por aquellas fechas, y al decir del biógrafo Indalecio Lievano Aguirre, en esos cinco días permanecido en Salamina ( antes, Punta Gorda), Bolívar gustoso de las deliciosas aventuras galas se entrevista en varias oportunidades con esta beldad llena de encantos y alegría juvenil, tratada ella como “ La madamita”, eso sí, lejos de la prisión o angustia de los seres humanos; pero acosado por la guerra itinerante, el héroe marcial o Don Juan festinado embarca en las naos del destino rumbo a Heredia, cuando entonces las lagrimas de Anita fluyen por los ojos y mojan sus mejillas. Luego, en la campaña el Libertador continua hasta Tenerife, donde otra vez se encuentra Anita, y sus brazos se aferran a ella, que le ha seguido con tesón.
JOSEFINA MACHADO:
El 4 de agosto de 1.813 conoció de veras el
Libertador a Josefina Machado, “la señorita Pepa”, como la llamaban en la
intimidad, al entrar aquel triunfante a Caracas, luego de Campaña Admirable.
Bolívar regresaba entonces a la ciudad natal con todas las loas imaginables y
en las ofrendas que se le tributaron encontró, de improviso, con que una de las
doce bellas caraqueñas vestidas de blanco que frente al cabildo citadino le
colmaron de laureles a la manera clásica de la antigüedad romana y que además
lo arrastraron en el carro triunfal, como hombre y conquistador le interesaba
aquella ninfa o vestal. Josefina, la escogida por el corazón, en aquel momento
frisaba en los veinte años y quienes la conocieron cuentan que además era
morena, de cabellos negros, estatura regular y transmitía un ardor delicioso
apenas con su presencia destacada, de ojos grandes y vivos, la boca carnosa y
de una alegría natural que en momentos de solaz llegaba a contagiar a cualquier
mortal. Tampoco provenía de la pequeña sociedad mantuana colonial, detalle este
que movido en cierto medio agresivo o petulante y de acuerdo con los
acontecimientos vividos, le conformaba en la mezcla un carácter inestable y
soberbio aunque reservado y frio, según la posición con que ella en ocasiones
considerada comportarse. Hija de criollos terratenientes de los valles
cacaoteros de rio Tuy y prima del general Carlos Soublette Jerez, la vanidad
consecuente que la entornaba por momentos le permitió acercarse a Bolívar sin
alguna dificultad y penetrar en el, para así resarcir los vejámenes y recelos
que le hizo la sociedad de entonces ente tantos días turbulentos, lo que fuerza
de la verdad debió haber influido en el ego de aquella familia Machado.
ISABEL SOUBLETTE:
Isabel Soublette, oriunda de la sociedad mantuana
emergente de la época, la del reencuentro romántico en esa costa con el
Libertador Simón Bolívar, también fue su amante; una mujer descrita como
esbelta, rubia y blanca, de ojos azules y bellos.
Era una distinguida hermana del General Carlos
Soublette, quien fuera más tarde Presidente de Venezuela, y prima a su vez de
su rival Josefina Machado, con la que en un equilibrio amoroso entre la rubia y
la morena debió compartir a ratos y no sin ciertos celos, este amor imposible.
JULIA COBIER:
La perla antillana de Bolívar fue Julia Cobier o
Gober; criolla dominicana, morena pálida, de buena presencia, tierna, excitante
y rica. Pernoctaba con Bolívar ella en Kingston cuando sus enemigos fueron a otra
casa y asesinaron al pobre Félix Amestoy, quien lo esperaba para platicar, y
por breve reposo ocupó su hamaca.
BERNARDINA IBAÑEZ:
Bernardina Ibáñez es la perla del Libertador que
procede de Ocaña. Estuvo entre las quinceañeras que lo coronaron en Bogotá
después de la batalla de Boyacá. Esa "Melindrosa" para Bolívar,
pretende ser un ángel. Estaba prometida en matrimonio con el pavo del ejército,
el coronel Ambrosio Plaza.
PAULINA GARCÍA:
Paulina García, una esbelta trigueña de negra y
larga cabellera, esbelta y trigueña, llena de atributos físicos y espirituales,
conmovedora, de 20 años, palmireña genial sacó a Simón Bolívar de casa de
Becerra y con argucia suma y en actitud suprema se lo llevó a la suya por dar
“seguridad”.
MANUELA SÁENZ:
El 1 de diciembre de 1827 salió para Bogotá, ante
la solicitud de Bolívar de reanimar «una vida que está expirando». En esta
ciudad debió enfrentar un grupo grande de detractores, entre los que se
encontraban Francisco de Paula Santander y José María Córdova, enemigos
declarados de la Sáenz.
«Tendría 29 a 30 años cuando la conocí en toda su belleza. Algo gruesa, ojos
negros, mirada indecisa, tez sonrosada sobre fondo blanco, cabellos negros,
artísticamente peinados y los más bellos dedos del mundo [...] era alegre,
conversaba poco; Fumaba con gracia. Poseía un secreto encanto para hacerse
amar», así la describió Jean-Baptiste Boussingault, un profesor de ciencias
francés que Santander trajo a Colombia en 1824, y con quien Manuela compartió
muchos momentos políticos y sociales. Durante los primeros meses de vida en
Bogotá, Manuela vivió en la
Quinta de Bolívar, una casa situada «a la sombra de los
cerros de Monserrate», construida por José Antonio Portocarrero a principios de
siglo y que, por motivos de las guerras de independencia, pasó a manos de
Bolívar en 1820.
El 24 de julio de 1828, no obstante encontrarse
Bolívar en el Palacio de San Carlos, ejerciendo sus poderes dictatoriales sobre
la república (luego de la disolución de la Convención de Ocaña, el
11 de junio, y, consecuentemente, del Congreso), Manuela celebró el cumpleaños
de Bolívar en la Quinta. En
el transcurso de la fiesta, ella realizó un fusilamiento simbólico de
Santander, «ejecutado por traición», según rezaba el letrero colgado del
muñeco. Parece que la descarga se escuchó perfectamente en todo Bogotá. Con
este acto, la política de reestructuración de la República que adelantaba
Bolívar, estuvo a punto de derrumbarse. En la primera semana de agosto de ese
mismo año, y a pesar de la orden de Bolívar de que permaneciera alejada del
público, Manuela Sáenz puso treinta y dos pesos de plata en manos de don Pedro
Lasso de la Vega
por la casa marcada con el número 6-18 de la calle 10, para así estar más cerca
al Palacio de San Carlos, es decir, de Bolívar.
Esta cercanía y la conjugación de sus talentos
físicos con sus habilidades políticas le permitieron a Manuela saber de la
conspiración para matar al general, conspiración que tomó fuerza por el
descontento en casi todos los estratos. Los soldados se quejaban por el atraso
en los pagos, las mujeres, de la carestía, la aristocracia, de la pérdida de
privilegios, los comerciantes, por el detrimento en sus negocios, y los
intelectuales, por la falta de libertad. En la conspiración, se rumoraba,
estaba implicado Santander. El primer intento fue en el mes de agosto, en la
fiesta de máscaras en el teatro El Coliseo (Colón), del que se salvó gracias a
la acción involuntaria de Manuela. El segundo intento fue el 25 de
"setiembre", en el Palacio de San Carlos. Esta vez fue la acción
premeditada de Manuela la que hizo que saliera ileso, y por ello fue llamada
por Bolívar «la libertadora del Libertador». El 20 de enero de 1830, Bolívar
presentó renuncia a la presidencia. El 8 de mayo emprendió el viaje hacia la
muerte, ocurrida el 17 de diciembre en
Santa Marta. Desde su partida, los ataques contra
Manuela tomaron forma y nombre: Vicente Azuero se encargó de incitar a la gente
a manifestar su descontento con La
Sáenz , mediante carteles, "papeluchas" y actos como
la quema de dos muñecos en la fiesta del Corpus Christi, en los que
personificaron a Manuela y a Bolívar bajo los nombres de Tiranía y Despotismo.
La reacción de Manuela fue obvia: destruyó las figuras y todo el andamiaje que
las sostenía. El resentimiento santafereño cedió a las acciones de Azuero; sin
embargo, Manuela recibió el apoyo del sector que menos esperaba, las mujeres:
«Nosotras, las mujeres de Bogotá, protestamos de esos provocativos libelos
contra esta señora que aparecen en los muros de todas las calles [...] La
señora Sáenz, a la que nos referimos, no es sin duda una delincuente». El
gobierno estuvo a punto de considerar éste y otros llamados de "las
mujeres liberales", como ellas mismas se llamaron, pero un folleto, "La Torre de Babel",
escrito por Manuela Sáenz, en el que no sólo ponía de manifiesto la ineficacia
e ineptitud de los rectores del gobierno, sino que revelaba secretos de
gobierno; hizo que se le acusara de actos «provocativos y sediciosos», y se
procediera a encarcelarla, por lo menos virtualmente.
En los últimos días de 1830, Manuela emprendió el
viaje hacia Santa Marta para cuidar la salud de Bolívar, pero sólo llegó hasta
Honda. Allí recibió una carta de Louis Perú de Lacroix, un joven veterano de
los ejércitos de Napoleón, edecán del general hasta hacía poco, que decía:
«Permítame usted, mi respetada señora, llorar con usted la pérdida inmensa que
ya habremos hecho, y que habrá sufrido toda la república, y prepárese usted a
recibir la última fatal noticia» (18 de diciembre de 1830). Desde este momento,
Manuela perdió su objetivo en la vida. Con la muerte de Bolívar, el desprecio
por ella se desbordó, por lo que decidió partir hacia Guanacas del Arroyo; sin
embargo, la persecución no cedió. El 1 de enero de 1834 Santander firmó el
decreto que la desterró definitivamente de Colombia. Fue a Jamaica, y de allí a
Guayaquil, a donde llegó en octubre de 1835. También tuvo que partir de
Guayaquil, pues el gobierno de Ecuador no la quería allí. Viajó, entonces, a
Paita, un puerto en el desierto peruano sin agua y sin árboles, y formado por
una sola calle y un muelle al que sólo llegaban balleneros de Estados Unidos.
Allí, en un desvencijado edificio, se leía: «Tobbaco. English spoken. Manuela
Sáenz». La pobreza la acompañó durante los últimos años, y finalmente también
la invalidez.
El 11 de agosto de 1847 se enteró de la muerte de
su marido, James Thorne, asesinado el 19 de junio de ese año. En su testamento,
Thorne devolvía a Manuela los ocho mil pesos de la dote de los intereses; sin
embargo, ese dinero nunca Llegó a sus manos. Así, inválida, acompañada por
Simón Rodríguez (el Maestro del Libertador), quien también terminó su vida en
Paita (1854), y las cartas del General O'Leary, acabó la vida de Manuela Sáenz,
víctima de una extraña epidemia que llegó al puerto en algún ballenero, el 23
de noviembre de 1856.
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